ἐλευθερία

Érase una vez dos pájaros que vivían dentro de dos jaulas en casas paralelas. Cada pájaro era un miembro más en sus respectivas familias, incluso olvidaban que eran pájaros y se tomaban muy en serio su papel de animal de compañía.

Tal y como fueron pasando los años, los pájaros también crecieron, al igual que los integrantes de cada casa. Los pequeños que se habían criado con ellos estaban terminando su adolescencia a punto de llegar a la edad adulta, pero nunca se olvidaron de sus pájaros. En una de las casas, siempre tenían por costumbre sacar al pájaro de la jaula y dejar que volara libremente por la casa y así poder jugar más con él. En la otra casa, sin embargo, les daba miedo que su precioso pajarito se escapase y cuando tenían que limpiar la jaula se aseguraban de que todas las ventanas estuvieran cerradas.

El pájaro que solía revolotear por su casa notaba una pizca de libertad, pero siempre se preguntaba qué habría más allá de los cristales que le impedían el paso hacia aquel maravilloso paisaje… no le bastaban esos minutos de vuelo, necesitaba más, necesitaba tener el control de sus alas, pero sabía que ese momento nunca llegaría y con tristeza se resignaba a acostumbrarse a esa vida.

Un día, la familia que siempre sobreprotegía a su pájaro volvía al hogar después de una temporada de viajes y decidieron ventilar la casa después de tantas semanas cerradas a cal y canto. Empezaron a deshacer las maletas y a reorganizarse, sin prestar mucha atención al de al lado, cada uno concentrado en su tarea. Aquella concentración dio lugar a un terrible suceso para esta familia… con el ajetreo de las maletas, derribaron sin querer la jaula del pájaro, rompiendo el cierre de la puerta y dejándola abierta.

A aquel pájaro que nunca había salido de su jaula le aterrorizó la idea de que ésta se hubiese roto… ¿qué iba a hacer ahora?, ¿dónde iba a vivir? No sabía nada de la vida más allá de sus noventa barrotes… Tras un buen rato de dudas y lamentos, y con la familia aún sin darse cuenta de que la jaula no estaba donde debería, se armó de valor y salió de su jaula con un tímido aleteo. Le costaba mover las alas con fluidez, pues como sabéis había estado toda su vida encerrado sin poder dar rienda suelta a su pasión: volar.

Pasaron tres minutos y por fin pudo divisar una de las ventanas abiertas y aproximarse hasta ella. Empezó a descubrir un mundo nuevo, lleno de colores y espacios, cánticos que le resultaban familiares pero que no sabía por qué… Algo dentro de él le decía que tenía que salir, que tenía que conocer todo aquello y una fuerza empezó a brotar dentro de él… de repente sus alas se llenaron de energía y… voló.

Se fue en busca de respuestas a miles de preguntas que le atormentaron en el momento en el que se rompió su jaula. No estaba seguro de si las encontraría, pero su instinto le decía que había algo mejor para él que aquellos barrotes.

Al rato se escucharon gritos y llantos… era la familia que se había dado cuenta de que su hermoso pájaro había volado del nido, estaban muy tristes e incluso llegaron a discutir unos con otros por aquel descuido. No obstante, un silencio invadió el hogar cuando el abuelo tomó la palabra: Tranquilos, no os lamentéis por lo que acaba de suceder pues es ley de vida. A todos os he visto yo marchar de mi regazo y me costó entenderlo, pero siempre os di vuestro espacio y aunque marcara mis reglas, siempre tuvisteis un mínimo de libertad. Vuestro pájaro no ha conocido otra cosa que esta jaula… ¿créeis que eso es vida para un pájaro, el símbolo de la libertad? —todos agacharon la cabeza, pues sabían que tenía razón—. No sabemos si sobrevivirá al mundo de ahí fuera, si estará preparado para todo lo que se va a encontrar, pero de algo estoy muy seguro… esa criatura está hecha para volar. Ha sido un gran valiente al alzar el vuelo tras estar varios años encerrado en libertad, pase lo que pase, habrá merecido la pena.